¿Por qué Plymouth Hollow se convirtió en Thomaston?

¿Qué se necesita para que un pueblo cambie su nombre por el de un solo hombre? En el caso de Thomaston, Connecticut, no fue la conquista, la expansión ni la calamidad lo que desencadenó el cambio, sino el tictac constante de un reloj y la silenciosa persistencia de un legado. Antiguamente conocido como Plymouth Hollow, el pueblo descansaba tranquilo en los pliegues del condado de Litchfield, anodino pero lleno de potencial. Ese potencial encontró su pulso en Seth Thomas, un relojero cuyo nombre llegaría a medir más que horas: mediría el espíritu de un lugar. En 1810, tras comprar el negocio de relojes de Eli Terry, Thomas plantó las semillas de la transformación. Sus relojes, elaborados con precisión y propósito, convirtieron un modesto pueblo en un corazón industrial. Las fábricas de ladrillo rojo a lo largo del río Naugatuck zumbaban con maquinaria, el aire se llenaba del rítmico tintineo del metal y el aroma a aceite y pino. Estos relojes viajaron lejos, pero nacieron de este lugar y llevaron su nombre con ellos.

Fábrica de Seth Thomas 300x229Cuando Thomas murió en 1859, la historia no se detuvo. Su empresa perduró, su influencia no hizo más que profundizarse. Y para 1875, los habitantes del pueblo decidieron que el antiguo nombre ya no encajaba. Plymouth Hollow se convirtió en Thomaston, no por espectáculo, sino por decisión propia. No queda constancia del día del cambio, ni mención del tiempo ni del desfile, ni ninguna reunión grabada en la tinta de un periódico. Si hubo una celebración, el tiempo se la ha tragado. Pero el gesto en sí fue perdurable. Solucionó el problema práctico de la confusión postal con la vecina Plymouth, sí, pero más que eso, forjó la identidad a partir del legado. Cambiar el nombre de un pueblo no es sencillo. Requiere trámites legales, reajustes burocráticos y, sobre todo, voluntad comunal. Sin embargo, para Thomaston, el cambio se sintió orgánico, como si el pueblo siempre hubiera estado esperando la llegada de su verdadero nombre.

Hoy, la Fábrica de Relojes Seth Thomas original sigue en pie; sus desgastados ladrillos reflejan la luz como reliquias de un ritmo pasado. El estruendo de la industria puede haberse desvanecido, pero el nombre perdura, grabado en señales y grabado en la memoria. Thomaston es más que un homenaje; es un testamento. Cada vez que suena un reloj Seth Thomas, ya sea en la repisa de una casa de campo o en la sala de un museo, transmite un susurro del pueblo que latía al ritmo de su creador. Nos recuerda que, a veces, la medida de un hombre no es solo lo que construye, sino lo que se niega a ser olvidado.